Los APERRADOS en el Campus Juan Gómez Millas - Universidad de Chile
Somos un grupo de personas que además de cumplir con el rol social y educacional de la institución, nos preocupamos por el cuidado de los perros vagabundos que habitan en este campus.

Esperanza es una perra que al igual que muchos otros perros de la calle, llegó a vivir durante el año 2003, al sector de Santiago Centro, más específicamente, en la Plaza Manuel Rodríguez, en pleno Barrio Universitario. Yo vivo acá y tal vez como nuestra familia, quiso hacer de este lugar su casa, permaneciendo muchos meses acá, recibiendo el cuidado y afecto de vecinos del sector. Sin embargo, al cabo de algún tiempo (y al igual como ocurre con cientos de otros animales callejeros) quedó preñada. Durante su permanencia, se la alimentaba, y protegía. Entre octubre y noviembre del año en cuestión, su estado de gravidez era evidente, situación que comenzó a tornarse en preocupante para ciertos vecinos, algunos expresando malestar por las implicancias de la problemática de salud ambiental, otros preocupados por el bienestar del propio animal y de su futuras crías, hasta la indiferencia de muchos otros respecto de todo aquello. Los más molestos hicieron insistentes llamados al Departamento de Higiene Ambiental de la Municipalidad de Santiago para denunciar al animal, de modo que fuese retirado a la brevedad del sector, pues según señalaban, la perra además de los potenciales peligros asociados a su situación de callejera, constituía una amenaza para la comunidad, pues atacaba a los vecinos (situación por lo demás del todo falsa, pues era muy tranquila). Pues bien, en aquel entonces el edil de Santiago, Joaquín Lavín, en un ejercicio que le devanó los sesos más que al propio Einstein cuando se debatía por entender las propiedades ondulatorias y corpusculares de la luz, encontró LA GRAN SOLUCIÓN para el enigma de los animales de la calle, basada en perpetuar la práctica del exterminio masivo de estos (de seguro si la situación de los animales permitiera atraer votantes en una elección, se destinarían enormes recursos para su bienestar). Así es como un día del mes de octubre o noviembre del año 2003 (no recuerdo bien el día), aparece una camioneta del mencionado departamento de higiene (que de higiénico no tiene nada como se podrá constatar más adelante) para llevarse a la perra. La pobre Esperanza recién estaba dando a luz (había parido a 3 pequeños cachorros) en el instante en que era retirada del lugar sin mayores contemplaciones, pese a los reclamos de muchos vecinos. Tal acto motivó mi enfrentamiento con los funcionarios municipales, quienes sólo se limitaban a decir que cumplían con su trabajo, manifestando que no les interesaba la situación del animal, pues eso no formaba parte de su “pega”. Dada la urgencia de saber qué ocurriría con Esperanza y sus cachorros (que en total fueron 8, pues los 5 restantes los parió en su confinamiento) y a dónde la llevarían, llamamos con mi familia y algunos vecinos al Dpto. de Higiene Ambiental para obtener mayor información. Las respuestas eran vagas y evasiva hasta que finalmente una funcionaria del lugar señaló que en 48 horas más sería sacrificada junto a sus crías si no era retirada por alguien. Ante la premura de los acontecimientos, junto a mi hermana y un amigo nos propusimos ir a retirarla a la brevedad de este lugar, pero claramente sabíamos que no podíamos devolverla a la misma plaza, pues nuevamente sería llevada y lo más lógico, sacrificada rápidamente. Mi amigo, no tuvo inconvenientes en disponer de su auto modelo sedan, situación no menor, pues Esperanza es bastante grande, complicándose aún más todo el traslado (evidentemente debíamos subir también a sus cachorros). Pese a ello nos dirigimos hacia el depto. de higiene, ubicado si mal no recuerdo, en Almirante Barroso con San Pablo. Al ingresar al lugar, lo primero que nos recibe es un fuerte hedor, que claramente daba cuenta de la falta de aseo del inmueble. Una vez en el sector de informaciones, la funcionaria nos señala que Esperanza estaba en la parte de atrás del galpón (en una jaula donde albergan a todos los animales recogidos de la calle y que esperan su momento para ser sacrificados). Nos invita a pasar a buscarla y la sorpresa fue aún mayúscula. El hedor ahora sí era insoportable y la suciedad, evidente. La jaula en que se encontraba Esperanza junto a sus cahorros era de 40 cms. aproximadamente por cada lado y apenas 40 cms. de alto. Claramente la pobre perra no se podía parar (su altura supera los 50 cms. de altura). Más encima, estaba completamente orinada y defecada, pues debía hacer sus necesidades dentro de este lugar, ya que no la dejaban salir si siquiera para eso. A todo ello se agrega que se enfermó de colitis (seguramente debido a toda la situación de estrés vivida), lo que agravaba aún más si situación. Al encarárseles a los funcionarios del lugar el por qué de toda esta falta de aseo y cuidado (incluso falta de sensibilidad con los cachorros, pues, ¿quien no se siente conmovido al ver un cachorro recién nacido?), señalaron que la perra era aseada todos lo días, lo mismo que su jaula, e incluso manifestaron que recibía diariamente alimento, todas aseveraciones que con sólo mirar la situación del animal, daba cuenta de su completa falsedad. En ese momento hubiera sido oportuno contar con una cámara para registrar toda la inmundicia de un lugar que lleva por nombre Departamento de Higiene Ambiental (me pregunto, ¿qué se entiende por higiene, si el propio lugar en donde trabajan las personas carece de condiciones elementales de salubridad?..., qué contradictorio todo..., en fin...). Bien, una vez realizado los trámites de rigor para retirar a Esperanza, nos dirijimos hacia el Campus Juan Gómez Millas, con la idea de dejarla en este lugar. Una vez ingresado al campus en el auto de mi amigo y con Esperanza lo suficientemente bien escondida para no ser descubiertos, fuimos hasta la facultad de artes. Buscamos un lugar que permitiera mantenerla escondida, pero que también permitiera encontrarla cuando se la buscara. Durante tres semanas la estuve visitando periódicamente para llevarle alimentos y cambiarle el agua, del mismo modo, le llevamos ropa y cosas que le sirvieran de abrigo tanto para ella como para sus cachorros y le suministramos también remedios para el estómago. La cuestión es que Esperanza en los días subsiguientes permaneció allí, sus cachorros lograron sobrevivir (había uno que estaba evidentemente enfermo y murió al cabo de los días, situación que claramente me dio mucha pena... al pobre le había tocado sufrir mucho apenas recién nacido..., pero me consolé pensando que al menos ella y la mayoría de sus otros hijos estaban bien), siendo muchos de ellos acogidos por los mismos estudiantes. Con el paso del tiempo comencé a ir a verla con menos frecuencia y en una de esas últimas visitas me di cuenta que sólo tenía un cachorro (los demás, según supe, se los habían llevado los estudiantes). Coincidió después que a fines del año 2003 me titulé, empecé a trabajar y todo eso, de modo que mis visitas a la U con el paso de los meses se hicieron cada vez más esporádicas. En una de las visitas posteriores vi que Esperanza ya formaba parte de la universidad, compartía y era conocida por muchos.
Ahora, cada cierto tiempo voy a la U, casi más que nada para saludar a amigos y a pedirle uno que otro favor a algún profe, y en cada visita he visto que Esperanza está super bien. Se ve sana y está como en su casa.... La llamo, me acerco a ella y le hago cariños. Siempre me da una mezcla rara de emociones, siento pena y alegría. Me apena recordar lo que pasó, su cuasi muerte y la escasa sensibilidad que muchas veces tenemos..., eso se mezcla con la alegría de ver que está viva y ha tenido una oportunidad para estar acá con nosotros. De hecho ahora al escribir este relato me embarga una sensación parecida. La verdad es que siempre en mi familia los perros han sido otros miembros más. Desde niño he tenido perros y han sido un hermano más dentro de los tres "hermanos humanos" que somos por regla. He sentido la enorme tristeza cuando uno de ellos muere (el último fue el año 2002) y la alegría cuando jugamos y nos acompañamos.
También me doy cuenta en este momento que al escribir esta historia, estoy cerrando otro momento más. En un mes más viajaré fuera de Chile por un período prolongado y sólo me quedará esta experiencia como un recuerdo alegre y triste, y, la imagen de Esperanza viviendo lejos. Tal vez nunca más le vea, pero me emociona saber que está acá y con gente que la quiere.
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